—Pero ¿qué demonios pasa?
Blove le explicó la situación en dos palabras. Los ojos de Lombard centellearon.
—¿Entonces es Armstrong? Se dirigió hacia la puerta del médico y le dijo a Blove:
—Perdóneme, pero ahora no creo sino lo que veo.
Golpeó la puerta.
—Armstrong… Armstrong…
Ninguna respuesta. Arrodillándose, Lombard miró por la cerradura.
La llave no estaba en la puerta.
—Ha debido —dijo Blove— cerrar y llevarse la llave.
—La precaución es lógica —afirmó Lombard—. Vamos por él. Esta vez lo tenemos. Espere un
segundo.
Corrió hacia la puerta de Vera y la llamó:
—¿Vera?
—Sí.
—Vamos a la captura del doctor, que no está en su habitación. Sobre todo no abra la puerta,
¿comprende?
—Sí, comprendo.
—Si Armstrong sube y le dice que tanto Blove como yo hemos muerto, no haga caso. No abra la
puerta más que a Blove o a mí si la llamamos. ¿Comprende?
—Sí, no soy tan tonta.
—¡Perfectamente! —aprobó Lombard.
Se reunió con Blove y dijo:
—Y ahora corramos tras él. La caza comienza.
—Estemos alerta —recomendó Blove—. No olvide que tiene un revólver.
—¡En eso se equivoca usted!
Abrió la puerta y le señaló:
—El cerrojo no está echado… Podría volver de un momento a otro. Soy yo quien tiene el
revólver. Esta noche lo volví a encontrar en mi mesilla, lo habían puesto otra vez.
Blove se paró en la misma puerta y Lombard notó la palidez de su rostro y le dijo enfadado:
—¡No haga el idiota, Blove! No voy a matarle, y si tiene miedo quédese en su cuarto, pero voy
en persecución de Armstrong.
Y se alejó bajo el claro de luna. Blove dudó un instante y le siguió. Pensaba mientras andaba:
«Tengo la impresión de ir tras mi desgracia. Después de todo…»
Después de todo no era la primera vez que tenia que habérselas con criminales armados. Blove
tenía muchos defectos, pero no le faltaba el valor ante el peligro. La lucha en terreno descubierto no
le daba miedo, pero el peligro tachado de sobrenatural le horrorizaba.
Vera esperaba los resultados de la persecución; se volvió y arregló. Miró a la puerta dos o tres
veces; era sólida y capaz de no ceder. Además estaba echada la llave y el cerrojo y una silla bajo el
pomo de la cerradura. Para derribarla se necesitaba un hombre más fuerte que el doctor.
Vera pensaba que Armstrong, para cometer un crimen, emplearía la astucia y no la fuerza, y se
entretuvo en pensar lo que podía suceder.
Según Lombard, podría anunciar la muerte de uno de los dos, pretendiendo estar herido, para
que abriese la puerta y le curase. Otras eventualidades se presentaban a su examen. El anunciaría, por
ejemplo, que la casa estaba ardiendo. El mismo podría provocar un incendio. Después de haber
atraído a los dos hombres fuera, podía echar una cerilla encendida sobre una cantidad de esencia
derramada por él con anticipación. Y ella, como una tonta, permanecería emparedada en su
habitación hasta que fuese demasiado tarde.
Dirigióse hacia la ventana. La altura no tenia nada de particular. En caso de necesidad podría
salvarse saltando por allí. Sería un salto regular, pero abajo había un arriate florido que amortiguaría
el golpe de la caída.
Se sentó delante de la mesa y empezó a escribir en su diario para matar el tiempo.
Bruscamente se puso rígida y se quedó escuchando.
Creyó oír abajo un ruido que parecía el de cristales rotos. Se quedó sin moverse por ver si se
repetía.
Creyó percibir pasos furtivos, crujimiento en la escalera, pero nada de ello definido, y acabó
como Blove, por creer que era producto de su imaginación excitada.
En seguida le llegaron, más correctos. Voces que murmuraban… murmullos, pisadas fuertes
subían la escalera, puertas que se abren y se cierran, ruidos en el desván y, por último, pasos en el
pasillo y la voz de Lombard que decía:
—¡Vera! ¿Está usted ahí?
—Sí, ¿qué pasa?
La voz de Blove:
—¿Quiere usted abrirnos?
La joven fue hacia la puerta, quitó la silla, dio la vuelta a la llave en la cerradura y descorrió el
cerrojo. Quedó la puerta abierta. Los dos hombres jadeaban y sus pies y los bajos del pantalón
estaban mojados. Vera insistió:
—Pero ¿qué pasa? Lombard respondió:
—¡Armstrong ha desaparecido!
Vera se sobresaltó.
—Pero ¿qué dice?
—Se ha eclipsado en la isla —/confirm/ió Blove—. Escamoteado como en una función de magia.
—Todo esto es estúpido —dijo Vera—. Se oculta en algún sitio.
—¡De ninguna manera! —añadió Blove—. No hay ningún sitio en la isla para ocultarse.
—El acantilado está tan desnudo como su mano, miss Vera.
—Además de no haber vegetación, la luna iluminaba como si fuese de día. No hemos podido
encontrarle.
—Ha vuelto a la casa —aventuró Vera.
—Ya lo pensamos —añadió Blove—, y hemos rebuscado desde la cueva al desván. No, no está
aquí, se lo aseguro, ha desaparecido como el humo.
—¡No creo una palabra!
—Sin embargo —intervino Lombard—, es la verdad.
Después de una pausa añadió:
—Quiero ponerla al corriente de otro pequeño detalle. Un cristal del comedor ha sido roto… y
no quedan más que tres negritos en la mesa.